Colección: Angosta Editores

Las palabras ‘angosta’ y ‘angustia’ provienen de la misma raíz latina: angustus. En la Antigüedad, angustus era un desfiladero o un abismo profundo y estrecho que había que cruzar. Algunas versiones dicen que el abismo se pasaba de un brinco temerario y otras, que se hacía caminando por la base y en fila india. Sin embargo, las dos sensaciones –la de brincar sobre el vacío o la de pasar un callejón de rocas con el riesgo permanente de ser atacado desde la parte alta por ladrones o soldados enemigos– se consideraba, por asociación, angustiosa.

Los angustiados padecían una zozobra indescriptible, pero al mismo tiempo sabían el paso por la senda estrecha como algo necesario. Lo que había al cruzar el desfiladero era la posibilidad luminosa de volver a casa, de ubicarse en un un punto estratégico para la batalla o de transportar alimentos y mercancías para las ciudades.

No cruzar era una opción, pero era también la renuncia a llegar a su destino. Angustia y tránsito, por tanto, eran dos ideas inseparables. Se padece, pero no para siempre. Se padece, pero hay una recompensa.

Algo de parecido tiene esto con el mercado editorial. Hacer libros es un poco brincar al vacío, caminar de a uno por un callejón rocoso. Hay un riesgo, pero también hay posibilidades luminosas al final de cada tránsito.