Las despedidas son un arte, salir de casa, dejar su tierra, entrar en el mar sin que la huella te muerda. Partir y no volver a mimar los rincones donde crece el olvido. Incorporar ese olvido como la marca de un naufragio. Interminable el partir si apenas estábamos entrando. Solo una fatiga de la memoria nos entrega el sosiego, pero sigue cabalgando el cuerpo alzado, la sangre arrebatada, una cerviz que no se doblega. Y el dolor sobre el dolor concentrado el cuchillo, hurgando las últimas veredas de una herida abierta. No puede ser, pero te quita el aliento, te ciega, solo escuchas los pitos, el zumbido, los huesos crujen en lo hondo de un sufrimiento sin término. Nacer es también partir.
